Cuando veamos injusticias no debemos mirar para otro lado, debemos actuar. No es necesario que te enfrentes a los matones; simplemente hay que decírselo a algún adulto, hablar con la persona que está sufriendo el daño y ponerte en su piel.
En la historia que presento en esta entrada, vemos como la protagonista deja su intervención hasta que ya es demasiado tarde.
Quizás mañana
La joven pelirroja llora sobre el escritorio de su dormitorio mientras en la pantalla del ordenador se puede ver el texto de un correo electrónico. Se incorpora al oír el crujido del picaporte de la puerta. Su madre entra en la habitación y, sin dirigir la mirada hacia Sara, comienza a recoger la ropa que está amontonada sobre la cama. Sara se limpia con disimulo las lágrimas y cierra el correo que acaba de leer. La madre sale de la habitación y Sara con la mirada puesta en el ordenador dice en voz alta:
» Lo siento Marta. No debería haberme mantenido al margen. No se pueden dejar las cosas para mañana.»
La nueva
Marta llegó nueva al instituto este año. Delgada, con una melena castaña que le llegaba a los hombros y esa ropa tan amplia que no dejaba adivinar sus formas. El primer día, con su pantalón vaquero y su jersey verde oscuro que le llegaba hasta media pierna, se sentó al final del aula. En el descanso se situó justo a la entrada del patio, mirando disimuladamente a los grupos de chicos y chicas que reían y alborotaban. Sara observaba a Marta, siempre sola, sin acercarse a ningún grupo, sentada en el poyete que está cerca de la entrada a las aulas, leyendo o mirando al infinito, invisible para todos. Quería ayudarla a integrarse, pero no se atrevía a alejarse de su grupo guay en el recreo y siempre pensaba: “Quizás mañana hable con ella”.
El secreto de Marta
Hace unos días empezaron los rumores sobre Marta, ya no era invisible, Fran empezó a correr el bulo. Ese día en clase todos miraban a la última fila del aula. Cuando salieron al patio, en todos los corrillos la observaban sin disimular. Y ella, sola en su poyete, hundiendo la cabeza para que no la vieran. A Sara no le importaron los cotilleos, pero se le hizo más difícil poder hablar con Marta, ahora era el centro de atención. “Mañana cuando salgamos y nadie me vea, puedo acercarme a ella”, pensó.
A por ella
Pero las cosas se complicaron más cuando se empezó a hablar de cómo desenmascarar a Marta. Hace dos días, cuando estaba con sus amigas se acercó Fran con su colega. Los dos muy altos, con sus vaqueros nuevos, sus camisas de cuadros y el tupé engominado en perfecto equilibrio. Les contaron su plan para que ellas les ayudasen, les pidieron que espiasen a Marta en los vestuarios para comprobar si era verdad lo que se decía. Sara no quería ser la única en decir que no, así que inventó una excusa y abandonó el grupo volviendo a clase.
Al margen
Sara simuló una enfermedad para no ir al instituto el día en que se iba a poner en marcha el plan. Por la noche, cuando estaba tumbada en la cama mirando fijamente al techo, sonó su móvil. Era Celia, que la contó, entre risas, cómo se habían asomado al servicio donde Marta siempre se encerraba a cambiarse, y cómo la habían grabado desnuda, descubriendo que en realidad era un chico. Cuando Sara colgó a Celia, tiró el móvil y rompió a llorar ahogando sus sollozos contra la almohada. “Mañana hablaré con ella”, pensó una vez más.
Ya es tarde
Pero no se atrevió a enfrentarse con el grupo ni con Marta, y se quedó en su habitación, diciendo que tenía fiebre. Por la noche recibió un wasap de una de sus amigas con el vídeo rodado a Marta. Lo abrió, pero lo cerró inmediatamente sin verlo. El video estaba en Youtube y ya había recibido más de 200 visitas.
Y hoy tampoco ha ido a clase. Cuando estaba navegando por Internet ha recibido el fatídico correo, que vuelve a abrir. En el piso de abajo oye el timbre del teléfono y a su madre que contesta:
«Oh, que tragedia, tan joven. Sara no ha ido hoy, está enferma».
Ya sabe lo que le han contado a su madre. Lo está leyendo en el correo electrónico recibido.
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