Pues sí, como lo oís, soy Beatriz Lan y os voy a contar como llegué a vivir con Rosa Cabezaolías, que me cuida desde hace casi trece años.
Cómo empezó todo
Mis primeros recuerdos son en un sitio lleno de flores y de plantas. Allí estaba con mi mamá y mis cuatro hermanos. Ella nos tenía escondidos detrás de un seto y no nos dejaba salir. Allí nos daba de mamar y nos acicalaba.
Al lado de donde vivíamos había una pared con huecos, y en ellos se veía a unos animales muy muy grandes que chillaban mucho. Luego mi madre me contó que esos huecos se llamaban ventanas y esos seres tan grandes eran los humanos que vivían detrás de esa pared.
No sabía por qué, pero mi madre se empeñaba en escondernos cada vez que alguno de esos humanos, sobre todo los cachorros, salían al jardín.

Primeros pasos
Según fuimos creciendo, nos atrevíamos a explorar el jardín, incluso cuando aparecían los humanos que no parecían malos, porque ponían comida y agua a mi madre y cuando dejamos de mamar, también nos dejaban comida para nosotros cuatro.
Yo soy gris y blanca, pero mis otros hermanos son atigrados, dos machos marrones y una hembra gris. Con la gris jugaba mucho, nos columpiábamos en unas plantas que había con unas hojas muy grandes. Bueno…, era ella siempre la que tomaba la iniciativa, porque reconozco que yo soy un poco tímida.

La aventura
Y un día me propuso que nos fuéramos a investigar. El jardín estaba rodeado por un seto y ella había encontrado un agujero por el que podíamos salir. Y me lio para irnos juntas.
El sitio al que daba no era muy agradable, era feo y olía muy fuerte. Había unos monstruos enormes que hacían mucho ruido y se movían por los senderos grises. ¡Y llevaba humanos dentro!
Nos asustamos tanto con uno de estos monstruos, que salimos corriendo entre los senderos y las casas que había junto a ellos. Y nos fuimos muy muy lejos, tanto que no sabíamos volver.

¿Hemos llegado?
Entramos por un seto a un jardín, parecido al nuestro, pero no era en el que vivíamos y allí nos refugiamos. Empecé a llorar porque tenía hambre y apareció una humana que no paraba de chillar.
—¡Y estos gatos! ¡No quiero animales en casa!
Salió también una cachorrita de humana, que no chillaba, pero intentaba tocarnos.
—Qué monos, mamá ¿Nos los quedamos?
Y la mayor chillaba todavía más.
Nos asustamos tanto que nos escondimos hasta que se fueron. Pero volvió la cachorrita con un cuenco en el que había puesto algo de comida:
—Gatitos, ¿os gusta el atún?
Y vaya si nos gustaba, pero se oía desde la casa a la humana grande:
—¡Esos gatos tienen que desaparecer!

Nos vamos a otro sitio
No desaparecimos y al día siguiente se repitió la misma historia, la cachorrita nos daba de comer y la mayor la gritaba. Bueno, parecía ya una costumbre y la comida que nos daban estaba buena. Pero un día, con la cachorrita pasó otra humana, muy agradable, la verdad, que nos empezó a acariciar y decir cosas hasta que nos cogió a las dos. ¡Y nos metió en una jaula!
Cuando cogió la jaula y empezó a moverla, empecé a ver raro y a vomitar todo. Mi hermana chillaba porque la estaba poniendo perdida, hasta que la humana me sacó de la jaula y me limpió mientras me consolaba:
—Cielo, ¿te mareas? No te preocupes tendré cuidado para no mover mucho la jaula.
¿Marear? Así se llamaba lo que me pasaba… Pues después de trece años sigo igual. En cuanto me meten en una jaula para llevarme y la mueven, empiezo a ver raro y vomitar.
Metió la jaula en uno de esos monstruos que hacían ruido y que empezó a moverse cuando ella entró.

Llegamos a un sitio con más gatos
Menos mal que paró enseguida, nos sacó a mi hermana y a mí de la jaula y nos metió en un sitio muy grande con muchos más gatos que no conocíamos.
Mi hermana jugaba con todos, pero ya os he dicho que yo soy muy tímida, así que me quedaba quieta en un rincón para ver si nadie me veía. Mi hermana venía de vez en cuando y me daba con la pata para que jugase con ella, pero yo no me quería mover.
De vez en cuando venían humanos solos o con sus cachorros. Pasaban a nuestro recinto, nos miraban a todos y ¡hasta intentaban tocarnos! Siempre que se acercaban a mí, yo me encogía para que no me vieran ni me tocaran.
Esos humanos siempre acababan llevándose a alguno de los gatos y debía ser bueno, porque les decían:
—¡Enhorabuena!, ya tienes casita.
Un día se llevaron a mi hermana y me quedé yo sola. Bueno, sola, sola, no… Tenía a los otros gatos y a la humana que nos cuidaba, que siempre me decía:
—Beatriz, tienes que ser simpática con alguno de esos niños que vienen para que te adopten.

Y llegó Rosa Cabezaolías
Ese día fue cuando me enteré de que me habían puesto de nombre Beatriz, y luego supe que tenía también apellido y era Lan. También supe que cuando los humanos se llevaban uno de los gatos, lo adoptaban y pasaba a formar parte de su familia.
Pero no me podía ir con cualquiera, así que lo de ser simpática… Depende de quién fuese…
Y siguieron viniendo humanos, unos con cachorros y otros sin ellos. Lo que ya tenía claro es que no quería irme con los cachorros de humano porque siempre estaban gritando e intentando tocarme y los humanos solos eran muy variados, pero ninguno me parecía majo.
¡Hasta que vino ella! Era una humana mayor, pero no era muy grande, no era más alta que alguno de los cachorros de humano que habían venido. Tenía una voz muy agradable y no hacía caso a lo que le decían los cuidadores sobre nosotros.
—Ese es muy juguetón, y esa de ahí es muy cariñosa. Todo depende de lo que quieras.
—No sé —decía ella—. Creo que cuando lo vea, sabré que es mi gato.
En ese momento, yo alargué la pata y con mi uña la sujeté de la manga de su jersey. Se sorprendió, pero bajó la vista diciendo:
—Cielo ¿te quieres venir conmigo?
—Esa es Beatriz —dijo la cuidadora—. Es muy tímida. A lo mejor no te haces con ella.
Y se la llevó a ver otros gatos. Yo la miraba y cada vez me gustaba más. La vi mirar a otros e incluso acariciarlos, pero se dio la vuelta y dijo a la cuidadora:
—Vamos a ver otra vez a Beatriz.

Y adopté a Rosa Cabezaolías
Me acicalé, saqué todos mis encantos y cuando se acercó volví a alargar la pata para cogerla de la manga de su jersey.
Se rio y me dijo:
—Beatriz, me acabas de adoptar como tu humana.
Y me fui con ella, su siamés Luke y Leia, la tricolor, que era la jefa.
Por cierto, Rosa es escritora y yo la ayudo con sus libros.

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